¡Hey! a vos te estoy hablando. A vos que pensás que soy una idiota. A vos, que te reís de mi ingenuidad religiosa. A vos, que decís que estoy desperdiciando mi vida. ¿Querés que te cuente algo? A veces pienso que podrías tener razón. No me animo a decirlo mucho, esas cosas no se dicen cuando ya se lleva una peluca en la cabeza y los hijos salen cada mañana a ponerse tefilín. Parece incoherente. Antes sí, cuando todavía estaba en el “proceso” preguntaba y cuestionaba todo, pero en algún momento consideré que ya era suficiente, que ya había escuchado lo que necesitaba. De algún modo firmé un pacto de silencio.
No digo: “¡momentito! me prometieron un jardín de rosas, pero aquí veo algunas espinas”. No digo que no le creo a los marketineros espirituales que hacen promesas cuestionables. No quiero ser una acusadora, pero tampoco una hipócrita. Aparte, por un lado, decir lo que pienso es un acto de infinita emuná: no creo que “la verdad” pueda desmoronarse. No creo que la Torá necesite encargados de relaciones públicas. Pero por otro lado, me van a echar a los chicos del colegio. El problema es mío, ya lo sé. Tantas cosas que no entiendo y el tiempo que se está acabando.
Todo esto lo digo porque ayer se murió Lucio. Abrí el diario y descubrí en el mismo instante que Lucio era un artista visual reconocido y que se había muerto. No tengo tantos recuerdos suyos, algunas noches paseando juntos a su perro por la avenida Diaz Velez y los viajes larguísimos en el 160 a Ciudad Universitaria. Y ahora Lucio en el cielo con diamantes. Y no lloré por él sino por mí. Porque pienso que yo podría haber estado en su lugar si hubiese seguido en mi antigua vida.
Lloré por mí y por los siete mil millones de habitantes de esta tierra que no sabemos lo que hay que hacer. Lloré porque comparto el universo con Ricky Gervais, tan ateo y seguro de que sólo somos un relámpago efímero, y sin embargo a mí no deja de gustarme lo que hace. Sin embargo. Él y yo en el mismo universo pero no. En el suyo cualquier cosa da lo mismo, en el mío un centímetro más o un centímetro menos en el largo de una falda es una gran diferencia.
No pienses que soy una hereje por decir esto. Ya sé, conozco los trece principios de fe. Pero es que quería que sepas que yo también a veces me siento una idiota. ¿Y sabés lo que me digo cuando me pasa eso? Que sólo es cuestión de tiempo. De soportar la ansiedad de averiguar qué se llevó y que dejó Lucio.
Mientras tanto sigo haciendo mi apuesta. Después de todo si los hedonistas modernos tuviesen razón -jas ve jalila- y el único sentido de la vida fuese aprovechar el momento, carpe diem, entonces todos seremos comida para los gusanos. A lo sumo me habré perdido unos setenta, ochenta años de sinsentido. Pero, ay mamita querida, si el esfuerzo de cada mañana de pie, Maguen Abraham, tiene recompensa; entonces… entonces qué hermoso y eterno será el otro mundo.
Replica a johanna Cancelar la respuesta