Queridas amigas:
Últimamente me doy cuenta de que lo que yo creía culpa de mis incoherencias con la Macrobiótica, puede resumir casi todos mis procesos.
Es que después de saltar de las hamburguesas de burgul de desayuno, al pancho del mediodía y de la avena arrollada al arrollado de dulce de leche, me di cuenta de que no sólo estoy lejos de una dieta balanceada, sino también de lo gráfico que me resultan estos extremos con respecto a este momento de mi vida. Ok, esto lo puede estar leyendo alguien que me conoce de antes y más vale que confiese que es con respecto a toda mi vida.
Creo que los grises los conocí una vez que hice teshuba y sólo para las camisas.
Porque una día me siento una tzadeket, me visto, hablo y pienso con una claridad que desconozco y por la noche busco dónde está esa señora, mientras me pregunto cuándo fue que se me ocurrieron tomar ciertas decisiones y por qué regalé el sweater naranja!? Otro día me parece que la tefila fue increíble y que hace años que estoy superconectada y un par de horas más tarde cuando no llegó la oseret, estoy en una crisis que hace años que no tenía (mejor dicho: desde la última vez que faltó la oseret) Y así una mañana despierto con las alacenas repletas de cereales y granos que ya no me acuerdo ni cómo se llaman, menos cómo se revisan y ni hablar de cómo se cocinaban.
Me doy cuenta de que me es más natural cambiar que mantener y que para poder encontrar el famoso camino del medio tengo que trabajar algo más que las harinas integrales. O como diría Caro, trabajar en las integrales. Integrar lo que fui, lo que soy y lo que me gustaría ser.
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