No he conocido a una sola mujer que no haya arruinado alguna receta. Por hache o por be, todas alguna vez hemos fallado en la cocina y hemos tenido que tirar un mejunje a la basura. Sin embargo nuestros errores no tienen el mismo origen: las mujeres nos podemos diferenciar según la manera en el que arruinamos un plato de comida.
La presumida
La presumida falla desde el principio de la receta. La confianza en sí misma la distancia del resto de las mujeres que se pasan recomendaciones para hervir huevos sin que se pegue la cáscara. Ella no necesita consejos. Desde el momento mismo en el que una amiga le dicta la receta, ella no siente necesidad de anotarla. Cree poder retener los ingredientes, las cantidades y las instrucciones en la cabeza y llevar a cabo el procedimiento sin ninguna guía. Es una mujer independiente, sin complejos, a quien no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. En general a su comida le sobran condimentos y la mezcla de sabores no combinan, pero eso sí, cuando la salsa sale con un sabor ácido almibarado, no se cansa de asegurar que la culpa la tiene su amiga, que le dijo tres kinotos en lugar de tres tomates.
La mujer multitarea
Las recetas de la mujer multitarea se acumulan en papelitos arrugados en un cajón, porque como siempre está muy ocupada, agarra lo primero que tiene a mano. Es por eso que mientras habla por teléfono, anota la receta con un crayon amarillo de la cartuchera de su hija -a quien la está ayudando con su tarea- en la parte de atrás del resumen para la contadora –que tiene que ser entregado el jueves-. Ella cocina de manera horizontal, haciendo varias recetas al unísono y pica la cebolla para todos los platos a la vez. Es capaz de poner las berenjenas en el primer piso del horno mientras en el segundo todavía se está cocinando el salmón, por lo que los gustos le salen amarronados. No es raro que sus hijos encuentren un grano de arroz en la trufa de chocolate.
La ansiosa
La ansiosa de entrada te avisa que no cocina si la receta requiere más de tres pasos No tiene paciencia para esperar que la masa leve, por lo que la pone cerca del horno encendido para apurar el proceso. Más de una vez ha metido a la olla la carne sin descongelar para ahorrar tiempo y piensa que es una formalidad remojar las legumbres antes de la cocción. Usa mucha comida enlatada, y cuando lleva a la mesa la ensalada de choclo, atún y aceitunas, repite el chiste de la «comida latina». Siempre está apurada por salir de la cocina, así que en su casa los fideos se comen al dente, la tortilla babé y la carne bien jugosa.
La distraída
La distraída tiene las mejores intenciones, pero su naturaleza despistada la traiciona y la hace caer en mitad del proceso. Tiene un recetario de papel reciclado que le salió carísimo, pero todavía está en blanco porque nunca lo encuentra en el momento de registrar una nueva receta. Es una mujer flexible, divertida, que acostumbrada a sus despistes, tuerce el timón con maestría intentando transformar sus fallas en aciertos. Despreocupada, sirve un pollo al ajillo sin ajo, se ríe de que se le haya pasado ese detalle y dice que igual está rico. La distraída comienza a batir las claras a nieve para el mousse de frutilla antes de darse cuenta de que no tiene frutillas en casa, por lo que termina optando hacer unos merenguitos, que por supuesto le salen quemados porque se distrajo contestando mails mientras estaban en el horno.
La intrépida
La intrépida siempre anda a la búsqueda de nuevas recetas. En su casa no se desperdicia comida porque todo puede ser reciclado. Su familia sufre una sobredosis de croquetas de ingredientes extraños. Es espontánea y creativa, por lo que cree que puede mejorar las indicaciones cambiando ingredientes: para ella es lo mismo poner bicarbonato de sodio en vez de polvo para hornear. Cree que la cocina es un laboratorio experimental. Agrega los ingredientes a ojito, y nunca termina de entender la diferencia entre cuchara y cucharita. Su mesa es una caja de sorpresas, pero se ofende si alguien le pregunta qué es lo que está a punto de probar. Ella quiere que su marido la felicite por reemplazar la albahaca por perejil y le diga que igual ya estaba aburrido del sabor del pesto.
La organizada
La organizada tiene buena mano para la cocina. Es tradicional e innovadora a la vez. Tiene el libro de doña Petrona, pero también está suscripta al Cook’s Illustrated. Prediseña un menú semanal y se sabe las recetas de memoria. En su cocina hay una barra de acero inoxidable con todos los accesorios necesarios. Para ella la cocina es una ciencia exacta y se horroriza si alguien confunde la espumadera con la pala de fritos. Tiene un temporizador de cocina y un termómetro digital porque sigue las instrucciones de tiempo y calor al pie de la letra. La cocina le supone mucho esfuerzo pero sus platos salen exquisitos. Agotada hacia el final, falla en la presentación. No mide sus fuerzas y a la hora de servir está tan cansada que no tiene ganas de nada. Es capaz de servir un pollo tikka masala en un platito descartable, con los bordes todos chorreados.
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